lunes, 1 de diciembre de 2008

“Identidad y desarrollo regional”. Políticas públicas para promover el desarrollo con identidad

Para hablar de Identidad y Desarrollo regional comencé hojeando un libro de Rodolfo Kusch, aquel antropólogo raro que escarbó la dura corteza del eurocentrismo y de las categorías positivistas que tanto reproducimos y nos cuesta criticar.
También fui a nuestra historia reciente, rica historia por cierto. Ahí está la batalla del pueblo entrerriano por un ambiente sano y diverso, batalla que se le ganó a una gran empresa multinacional interesada en instalar una mega-represa en nuestro querido río Paraná. Batalla ganada al concepto primermundista de Desarrollo que trajo aparejada una Ley antirepresas donde el poder político provincial dignamente cumplió su rol de ejecutor de políticas públicas que tengan como eje rector al Bien común.
Ahí, nuestro río Paraná fue visualizado como un Bien natural y estratégico, ya no como un recurso frío e inanimado que debe adaptarse al alocado progreso sin fin.
Pero por estos días castigamos otro Bien natural. Es un secreto a voces que el suelo de nuestra región y nuestra provincia es un recurso que los agronegocios ahogan con millones de litros de plaguicidas, careciendo - esta delicada situación- de un control efectivo por parte del Estado ante su inminente desgaste y erosión.
Entonces, me pregunto, nos preguntamos, ¿cómo generar políticas públicas que favorezcan el Desarrollo con Identidad?, ¿cómo deben actuar el Estado provincial y las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) comprometidas con un Desarrollo amigable con el ambiente, nuestra casa, esta nave espacial que nos contiene y nos traslada?
Cuando hace unos años estudiamos la rebelión de los Hermanos Kennedy en el norte entrerriano, nos dimos cuenta que había algo más que una decisión política contraria a la Década Infame, había algo más que irigoyenismo, algo más que compromiso con los Derechos Humanos. Pongamos como ejemplo: Había gente y dirigentes que querían producir. Lino, trigo, ganadería, lechería, madera… Había sensibilidad y hasta mimetización con la fauna, los montes y pajonales, había una desconfianza intrínseca a un modelo de desarrollo que se mostraba pleno en la ciudad y que planteaba una falsa dicotomía anclada en el lema “Civilización o barbarie”.
En 1932, los Hermanos Kennedy fueron tratados de locos, brutos, revoltosos y subversivos. Hay que leer lo que decían los diarios adictos al régimen y qué apellidos portaban los lenguaraces de los sectores acomodados que querían extirpar de su clase este mal ejemplo, a estos rebeldes que se comunicaban tan bien con sus peones y vecinos criollos, incluso manejando el guaraní como lengua popular y cotidiana.
Hay ahí un concepto de producción, de desarrollo y de progreso. Un concepto inclusivo que advierte la necesidad de un camino ancho enlazado con la noción de diversidad cultural y biológica.
Me arriesgo a decir que, como seres modernos, estamos inoculados con conceptos dañinos, cuidadosamente construidos, que sirven a un modelo que reprime nuestras identidades centenarias y milenarias. ¿O cómo explicar que solamente un legislador santafesino, sólo uno, Ricardo Kaufmann oriundo de San Javier, se pregunte por qué la empresa Makhena SA, con sede en Miami, vende por internet agua dulce del río Paraná?
Recuerdo a Rosa Albariño y su trabajo de recuperación de la Memoria Charrúa. Oigo nuevamente los acordes de la guitarra del maestro Linares Cardozo y su canto esencial al Caballú Cuatiá, al Guayquiraró, al majestuoso Paraná. Y me pregunto nuevamente, qué nos habrían dicho ellos. Preguntémonos qué comentario o consejo de viejo hubieran dado Rosita, Linares o “El Negro” Narciso Cena que se nos fue este año, cuando hay una marcada “ausencia de voces que defiendan nuestra tierra”.
Desde nuestro Centro de Estudios Históricos, estamos rescatando la vida de un militante entrerriano desaparecido en 1974 en la zona de Zárate-Campana. Luís María Rodríguez es su nombre, hijo de Romana Ascúa y José Silverio Rodríguez. Y fíjense lo que hacía Luís María cuando venía a La Paz a principio de los ’70: además de jugar al fútbol en el barrio Puerto, al lado del arroyo Caballú, se iba con los pescadores a la isla, se iba con los trabajadores del río a charlar, a tomar mate, a comer pescado, a beber, a compartir historias. Yo digo, decimos, “a llenarse el Espíritu de Memoria, a alimentarse de eso que no es tangible a veces”.
Cuando hablamos con “El Pituco” Martínez, historiador y hacedor de nuestra Cultura lugareña, reflexionamos sobre estas cosas y nos preguntamos entonces, por qué muchos de aquellos que tienen la posibilidad de delinear políticas públicas están tan peleados con nuestros poetas, con nuestra historia, con nuestra sabiduría popular.
Por eso digo que estamos inoculados y fríos. Por eso decimos que hay que vacunarse contra esta ideología de la modernidad, que quiere todo ya, rápido y desechable.
Tenemos que reinventar el diálogo, volver a sentir el olor a tierra mojada, retornar a los textos de historiadores como Blas Pérez Colman y Leoncio Gianello pero también re-encontrarnos con la poesía de Alfredo Martínez Howard, Arnaldo Calveyra, Carlos Mastronardi, Delio Panizza, Juan L. Ortiz, Linares Cardozo, Ricardo Zelarrayán y Tilo Wenner, entre muchos otros.
Saber sobre nuestros caudillos Pancho Ramírez, Justo José de Urquiza o Ricardo López Jórdan, es bueno. Pero mejor es vacunarse contra algunos conceptos que se parecen a gigantes con pies de barro.
Quiero terminar esta intervención con unos versos breves de Daniel González Rebolledo, de su Romance de los Kennedy del Sur:

Lo cierto que estos Kennedy
- gringos como pa rato –
se habían macerado
con el saber del gaucho.
Uno era nadador,
un pejerrey brillando.
Quirós eternizó
al muchacho braceando
y en Europeos salones
nadará para siempre
- Dios pagano de un río –
en el lienzo, Don Mario.

El otro, un bailarín,
la baldosa era un tango.
Tribuno de La France
al mundo denunciando
que era preso Irigoyen
en ínsula sanchesca
sin caballero al mando.
De bombacha floreada,
botines enterizos
y un funyi gardeliano,
Sonríe en el retrato,
El Gordo, Don Eduardo.

El último, un Centauro
de apostura gallarda.
Rajas negras los ojos,
la cintura de tallo.
El mayor, Don Roberto,
morocho, casi aindiado,
un gaucho reservado
paseando su apostura
sobre el mejor caballo.
“Duval”, empecinado
en bolear avestruces
y muchachas del pago.

Los tres eran valientes
como hombres que han nacido
y crecido en el campo.
Contaban sus hazañas
con el lazo, las armas,
la doma, los arreos
en contracielo y agua,
con toda la chacota
del alma de la infancia.
Hombres grandes poseen
la frescura del niño,
muy adentro, guardada.


M. Faure; integrante del CEH “Arturo Jauretche”. Tiene publicaciones de poesía e historia regional.